viernes, 20 de julio de 2012

Whatsapp Poison


A John Lennon se le atribuye la frase: "La vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo planes". Quizá lo que diría ahora se podría parecer más a "La vida es lo que pasa mientras miras el (dichoso) Whatsapp". Y es que la vida está hecha de pequeños momentos que, sin querer, nos estamos perdiendo. Es triste ver un padre en el parque con su hijo, con el cuello doblado encima de su smartphone mientras su hijo busca la forma de descalabrarse en un columpio. Da pena ver a una pareja cenando callados, mirando hacia abajo con la cara rellena por el resplandor blanco de sus pantallas, en lugar de estar charlando y sonriéndose a los ojos. Estas dos observaciones así, hechas en frio, a todos nos parecen evidentes. 

Pero nos cuesta mucho no caer en la tentación de la atención. A la mínima estamos sacando la pantalla, buscando un estímulo, una emoción. Un descanso del contacto humano. Las etiquetas de champú ya no se leen. Estoy seguro. Ahora, cuando vas al baño y no hay un periódico o una revista, sacas el móvil o lo llevas preparado. Y probablemente te marcas un angry birds. Ves publicidad hasta en tus momentos más íntimos. ¿Tendrán controlados los planificadores de medios esos momentos en los que estamos "liberando a Willy, sacando lo mejor de nosotros mismos", "colando un topo en el remolino" o "reforestando con muñecos de barro", al tiempo. 

¿Y qué pasa con nuestra relación con los demás? Ese succionador de atención en que se ha convertido el smartphone está afectando a nuestra actividad social y familiar. Y no es que los hombres no tengamos un problema de atención con las pantallas, que lo tenemos, sobre todo si hay fútbol, es que la pantalla que llevamos en el bolsillo sirve para todo: trabajar, hacer un puzzle, jugar a la consola o mirar twitter. 

Las redes sociales en combinación con el móvil son un auténtico peligro. En mi afán por testar las cosas que defiendo, decidí hacer un experimento: dejar de usar mi cuenta de facebook (con tropecientos amigos) para ver el impacto que causaba en mis contactos. 

La cuestión del impacto resultó ser una cura de humildad. Nadie se percató de mi desaparición. 

Hay esperanza. Hace poco, un amigo mio, trabajando como pediatra y profesor en Boston y Miami, usuario de smartphone desde hace años, antes de sentarse a cenar con unos amigos dijo: "El primero que mire la pantalla del móvil paga la cena". Y es un paso. Se empieza a hablar del Slow Tech y del Sabbath Tecnológico, de tomarse un dia a la semana libre de pantallas. De recuperar el contacto humano, tan incómodo a veces, tan importante siempre. 

Amo la tecnología, he construido mi carrera profesional alrededor de ella, no sabría vivir sin mi smartphone. Pero tengo que aprender a usarlo. Tengo que aprender a controlar donde pongo mi atención. Y creo que nos pasa a todos.